miércoles, 4 de diciembre de 2013

Ganarle todos los días el pulso al tren


      En un pequeño fragmento de la película Un lugar en el mundo nos muestra que su protagonista, Ernesto, un muchacho seguro de sus posibilidades y emprendedor, disfruta desafiándose a sí mismo y a los demás: por ejemplo, con su carro, tirado por un caballo, libra todos los días una carrera temeraria con el tren, y todos los días le gana. El adolescente, atraído por Luciana, una chica del pueblo que nunca acudió a la escuela, intenta que su padre, que ejerce de maestro, convenza al padre de ella para que pueda aprender a leer y a escribir. La negativa de éste no acobarda al chico, quien decide llevar a cabo su propósito que es alfabetizar a su amiga, incluso a escondidas. Lo que él no podía saber era que la barrera más difícil de superar iba a encontrarla en su alumna, quien se rendía incluso antes de iniciar la tarea, respondiendo a los primeros intentos con un “No puedo, no puedo, ¡es que yo soy muy burra!”. Superar esa resistencia fue el reto principal de la situación, pues hasta que fue vencida, la alumna no pudo progresar.

      ¿Qué es lo que hace que ciertas personas muestren una clara tendencia a enfrentarse a los retos que la vida les propone sin que las dificultades les hagan desistir de su propósito, y otras personas se retraen frente a los obstáculos y no logran superarlos? ¿Hasta qué punto la capacidad de aprender o de hacer se ve condicionada por la seguridad, de éxito o de fracaso, que tenemos en nosotros mismos?

      Cuando aprendemos, nos implicamos globalmente en el aprendizaje y su resultado repercute en nosotros también de forma global. La enseñanza es algo más que la posibilidad de construir significados acerca de contenidos concretos. El proceso de aprender supone una movilización cognitiva desencadenada por un interés de saber. ¿Qué es lo que hace posible que se produzca dicho interés? ¿Qué es lo que hace que algunas personas sean capaces de emplearse a fondo hasta llegar a reequilibrarse nuevamente y otras abandonen la tarea, no logrando su objetivo (aprender)?

      En el aprendizaje intervienen numerosos aspectos de tipo afectivo y relacional, el aprendizaje y el éxito con que los resolvamos desempeña un papel definitivo en la construcción del concepto que tenemos de nosotros mismos (autoconcepto), en la estima que nos tenemos (autoestima) y, en general, en todas las capacidades relacionadas con el equilibrio personal. No sabemos con precisión cómo interactúan lo afectivo y lo cognitivo, así como no sabemos con seguridad cómo intervenir para potenciar esa relación en beneficio de la formación global del alumno. Una hipótesis latente en el constructivismo es que cuando aprendemos, y a la vez que aprendemos, estamos forjando nuestra forma de vernos, de ver al mundo y de relacionarnos con él.

      Ausubel consideraba indispensables para la realización de aprendizajes significativos una disposición hacia el aprendizaje por parte del alumno, para ir a fondo en el tratamiento de la información que se pretende aprender, para establecer relaciones entre ella y lo que ya se sabe, es el llamado enfoque profundo, es decir, comprender lo que estudian, relacionar con conocimientos previos. Sin embargo, en el enfoque superficial la intención se limita a cumplir los requisitos de la tarea, lo que el profesor va a considerar relevante, es memorizar la información necesaria para pruebas o exámenes. Estos enfoques se aplican a la forma de abordar la tarea y no al estudiante, un alumno puede modificar su enfoque de una tarea a otra o de un profesor a otro. ¿Cuáles son las causas de que los alumnos se inclinen hacia un enfoque u otro en el aprendizaje?

      Para sentir interés, hay que saber qué se pretende, si un alumno no conoce el propósito de una tarea, y no puede relacionar dicho propósito con la comprensión de lo que la tarea implica y con sus propias necesidades, muy difícilmente va a poder llevar a cabo lo que supone el estudio en profundidad. Cuando todo ello permanece desconocido, lo que emerge como guía son las indicaciones del profesor para cumplir con los requisitos de la tarea, que al no poder ser relacionadas con las finalidades a que responden pueden hacer adoptar un enfoque superficial.

      Los alumnos tenderán a la autonomía y a implicarse en el aprendizaje en la medida en que puedan tomar decisiones razonadas sobre la planificación de su trabajo, así como en la medida en que se responsabilicen de él, conozcan los criterios a través de los cuales se van a evaluar sus realizaciones y puedan irlas regulando.

      El enfoque profundo requiere tiempo, y si se exige demasiado y muy rápidamente, la única salida de los alumnos para evitar un fracaso es estudiar de forma superficial.

      La situación puede verse además salpicada por la evaluación, más concretamente, por los exámenes a que son sometidos los alumnos. En muchas ocasiones, las preguntas son de carácter cerrado, e invitan a reproducir, con el mínimo de variaciones posible, datos, conceptos, etc. El fomento del enfoque superficial se produce por una doble vía: pedir aspectos concretos tal cual se encuentran en los libros (no una interpretación personal), y desencadenar la ansiedad del alumno, que se mostrará preocupado por la forma de recordar la información que debe permitirle cumplir con los requisitos de la tarea.

      Que los alumnos tiendan a un enfoque profundo no es una cuestión de suerte, tiene que ver con lo que se les propone que hagan y con los medios de que les dotamos para evaluarlos. El proceso debe modificarse en cierto grado para que se ajuste más a lo que espetamos de ellos: que los alumnos aprendan, y que estén contentos de aprender; que los profesores comprueben que sus esfuerzos son útiles, y se sientan gratificados.

      Las diversas intenciones de aprendizaje han sido relacionadas con la motivación intrínseca y extrínseca. Que el alumno se encuentre o no motivado no es responsabilidad únicamente suya.

      A la vez que se construyen significados sobre los contenidos de la enseñanza, los alumnos construyen representaciones sobre la propia situación didáctica, que puede percibirse como estimuladora o, por el contrario, sin interés o inalcanzable para sus posibilidades. Construyen también representaciones sobre sí mismos, en las que pueden aparecer como personas competentes, interesantes para sus profesores y compañeros, o como personas incompetentes.  La motivación intrínseca  no es una característica del alumno sino de la situación de enseñanza-aprendizaje. Cuando uno pretende aprender y aprende, la experiencia vivida le proporciona una imagen positiva de sí mismo y se refuerza su autoestima, lo que constituye una gran aportación para continuar afrontando los retos que se le presentan.

      El autoconcepto es la representación de nosotros mismos, engloba aspectos corporales, psicológicos, sociales, morales, etc. El autoconcepto se refiere al conocimiento de uno mismo, e incluye juicios valorativos, lo que se denomina autoestima.  Se ha demostrado la relación entre el autoconcepto y el rendimiento académico, y no existen muchas dudas acerca de que los niños y adolescentes con un alto nivel de autoestima obtienen mejores resultados en el colegio.

      El autoconcepto se aprende o se forma en el curso de las experiencias de la vida; las relaciones interpersonales constituyen los hilos mediante los cuales se teje la visión sobre uno mismo. El niño elabora dicha visión a partir de las actitudes y percepciones que esos “otros” tienen respecto de él. Así, acaba uno viéndose simpático o aburrido, listo o torpe, etc, porque eso es lo que los demás le transmiten.

      ¿Cómo se ven mutuamente alumnos y profesores? Lo que les conduce a formarse una u otra representación de un alumno determinado es su proximidad a su “imagen de alumno ideal”. Las representaciones que los alumnos elaboran sobre sus profesores son, sobre todo, factores afectivos: la disponibilidad que se muestra al alumno, el respeto y afecto que se le transmite, la capacidad para mostrarse acogedor y positivo, constituyen los ejes en torno a los que los alumnos se crean una representación de sus profesores. En secundaria estos aspectos siguen siendo importantes y se equilibran con otros de tipo más académico, es decir, el conocimiento de la materia, la capacidad para motivar e implicar a los alumnos, claridad de las exposiciones, etc. Esa forma de vernos es valorativa. Los factores responsables de la disposición al aprendizaje nos ha llevado a considerar los distintos enfoques y relacionarlos con la motivación.

      Parece evidente que la opinión que tenemos de una persona nos hace esperar de ella determinados comportamientos. En el ámbito escolar, alumnos y profesores no sólo se ven de determinada forma, sino que esperan de los otros que se comporten en un cierto sentido acorde con esa forma de verse.  Esto se ha llamado fenómeno de las expectativas. Al principio se establecía una relación directa entre las expectativas de los profesores sobre el rendimiento de los alumnos, en la actualidad las expectativas que pueden llegar a modificar a aquellos sobre quienes se generan. En función de lo que esperan de ellos, los profesores proporcionan a sus alumnos tratamientos educativos diferenciados. A los buenos alumnos tendemos a atribuir sus éxitos a causas internas como la capacidad, y sus fracasos a causas externas como la dificultad intrínseca de la tarea; sin embargo, cuando el alumno no es tan bueno, sus fracasos son causas internas como su escasa capacidad, y los éxitos son causas externas como la suerte. Los alumnos responden y se adecuan de diversa forma a los distintos tratamientos educativos que a ellos se dirigen, mostrando mayor o menor interés, atención, implicación y esfuerzo en las actividades que se les propone, de manera que pueden acabar confirmando las expectativas de sus profesores.

      Enseñar y aprender no se trata de un proceso mecánico, sino mediado por múltiples factores.

      El autoconcepto funciona como un esquema cognitivo, cuando se encuentra teñido negativamente se trata de un autoconcepto negativo, consecuencia de las expectativas negativas, lo que refuerza una escasa autoestima, estableciéndose un círculo cerrado difícil de romper. Esto ocurre cuando un alumno considera que es un fracaso y su profesor lo cree así también, no recibe apoyo ni ayuda suficiente para salir del círculo y le permita el progreso. Los resultados, positivos o negativos, se atribuyen a causas internas que tienen más posibilidades de influir en la autoestima que se atribuyen a causas externas. Quizá el autoconcepto sea a la vez causa y efecto del rendimiento escolar. El sentido son los componentes motivacionales, afectivos y relacionales de la aportación del alumno al acto de aprender.

      Para que una tarea tenga sentido es necesario que se den algunas condiciones. Debe saber qué es lo que se trata de hacer y  la finalidad que se persigue con ello, que el alumno tenga claro el objetivo que se persigue con una tarea y las condiciones de realización, resulta fundamental para que pueda atribuirle sentido. Para implicarnos de verdad en una tarea, hace falta que la veamos atractiva, que podamos percibir que cubre una necesidad. La necesidad y el interés, se crean en la propia situación de enseñanza o aprendizaje haciendo que los alumnos participen de la planificación de ésta, de su realización y de sus resultados de forma activa, que hagan, actúen, comprendan qué hacen, se responsabilicen de ello, que dispongan de criterios para evaluarlo y modificarlo si es necesario.

      La tarea de aprendizaje debe consistir en un reto, que exija cierto esfuerzo y que, con recursos, va a poder superar. Cuando esto no ocurre, el aprendizaje se convierte en una carga agobia y oprime, en un desafío que no se puede superar.

      El sentido que podemos atribuir al aprendizaje es lo que nos mueve a aprender, y lo que aportamos a una situación que nos va a implicar activamente.

Fuentes:
 VV.AA. (2005) El constructivismo en el aula, , Barcelona, Ed GRAO



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